En el mutualismo se considera que la tierra es un patrimonio de la humanidad, por lo que nadie puede apropiarse de ella en forma definitiva. Cada persona tiene el derecho de posesión y usufructo sobre el terreno que esté trabajando y ocupando, pero al dejar de trabajarlo y ocuparlo pierde este derecho. Como decía Zapata: la tierra es de quien la trabaja.
Esta doctrina resulta útil para justificar los procesos de reforma agraria. No se justifica que haya tierras sin usufructuar mientras haya campesinos dispuestos a trabajar en ellas. Ni desde el punto de vista lockeano se justifica en la actualidad la propiedad sobre muchas tierras que fueron concedidas graciosamente por el Estado, sin que se haya "mezclado trabajo" con ellas. En este contexto cobra sentido la paradoja de Proudhon: la propiedad se ha convertido en un robo.
Sin embargo, desde el punto de vista práctico, la doctrina mutualista tiene algunos problemas, ya que puede volverse demasiado rígida en algunas situaciones en la que es necesaria una eficiente asignación de recursos. Consideremos el caso de una construcción de una carretera que deba pasar por el terreno cultivado de un campesino: si el derecho de propiedad sobre la tierra del campesino es lockeano, se le puede pagar a éste su costo de oportunidad para que permita el paso de la carretera, pero si el derecho que posee es mutualista, no. A pesar de que la carretera tiene un beneficio social, esta no podrá construirse debido a que no se le puede pagar al campesino una justa compensación. Y así podríamos pensar en otros problemas similares de asignación de recursos.
La doctrina mutualista sobre la tierra solo parece ser efectiva en aquellos casos en los que haya un obvio abandono.
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