En la psicología popular está de moda hablar de la autoestima como el resultado del concepto que la persona tiene de sí misma. Así, de una persona que experimenta temor a hablar en público, se dice que tiene problemas de autoestima y de poca confianza en sí misma. "Todos debemos aprender a querernos a nosotros mismos y a ser independientes de la opinión de los demás". Este discurso individualista es propio de reaccionarios y conservadores que gustan de enfatizar una supuesta responsabilidad personal, minimizando las influencias del entorno.
En realidad, la propia estima no es más que un reflejo de la apreciación que tienen de nosotros los demás. En realidad no es ni siquiera eso, es más bien la percepción que nosotros tenemos de la opinión que otros tienen de nosotros. Así, la persona que tiene problemas para hablar en público tiene temor de la baja opinión que puedan tener de ella el grupo de personas ante la cual desarrolla su exposición. Ella recupera la confianza cuando siente que el grupo no va a pensar mal de ella.
Por eso es que hay artistas y famosos a los que se les infla rápidamente el ego al percibir la opinión cada vez más favorable hacia su persona de un número creciente de fans. Este incremento desmesurado de autoestima no viene meramente de una imagen de sí misma que la persona se ha inventado a su antojo.
Las condiciones específicas en que se desarrolla la autoestima dependen de el entorno social concreto. Las habilidades y conocimientos que reciben reconocimiento social aumentan la autoestima de sus poseedores, mientras que las mismas habilidades en un contexto social diferente en que no son apreciadas no reportan tanta satisfacción. Esto se da con los oficios y artes que van quedando obsoletos al cambiar la tecnología y los gustos de la gente. Un indígena puede sentirse orgulloso de sus habilidades de cazador en su ambiente tribal, habilidad que no será apreciada por un burócrata de la ciudad. Es sabido que en ciertas culturas orientales es apreciada la sabiduría de los viejos, mientras que en nuestra cultura occidental es común ver que los ancianos son vistos de menos, privilegiándose a la juventud. También hay sociedades en que la gordura es signo de bonanza y felicidad, al contrario de lo que ocurre en nuestra sociedad.
Tanta es la importancia que el ser humano concede a la opinión de sus semejantes, que muchos anhelan ser famosos y hacer algo notorio, para que al desaparecer de la existencia terrenal su nombre no sea olvidado. Por eso es que muchos ven en sus hijos la continuación de su propia persona, que mantendrá vivo su recuerdo y su inflluencia aun después de muertos.
Incluso la locura puede ser una fuente de felicidad. Los locos pueden pueden sentirse apreciados y famosos al creerse el diablo, Jesucristo, Napoleón Bonaparte, Hitler, etc.
Ante esta realidad, resulta obviamente falso el discurso que afirma que la autoestima depende solo de nosotros mismos. Somos criaturas sociales hasta lo más profundo de nuestros pensamientos y emociones, mal que nos pese.
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